jueves, enero 26, 2006

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II

Dorothy Lamour: (en un claro de la jungla, junto a una cabaña, canta en la noche acompañándose con un ukelele; su mirada, plácida e ilusionada, denota un profundo amor por el forastero a quien dedica la canción)

Melodías se abren paso
entre plantas de bambú,
entre luz de luna y sombras
cuando te me acercas tú.

En la noche de la jungla
me asusta la oscuridad,
pero con tu abrazo fuerte
mi temblor aquietarás.
(De La princesa de la selva, Paramount.)

Buenos Aires, 21 de mayo de 1969
Está de pie en medio de la habitación, el cuerpo alerta. Como única vestimenta lleva una toalla arrollada a la cintura que muestra los músculos en tensión de las pantorrillas velludas, en tanto los brazos fuertes extendidos hacia adelante presentan las manos crispadas, con los dedos enarcados. La boca entreabierta denota sorpresa. La oreja está tendida hacia la puerta de calle: el arranque de un motor de auto en segunda velocidad, ocho pisos más abajo, se yuxtapone sin cubrirlo al chirrido de una puerta metálica de ascensor que se abre en el pasillo de ese mismo piso del edificio de departamentos. La pérdida de agua de una canilla de la cocina produce en cambio un sonido imperceptible. También son imperceptibles la vibración del filamento, próximo a fundirse, de una lamparita encendida en el baño, y el paso del vapor caliente por la instalación calefactora compuesta de dos radiadores visibles y cañerías ocultas dentro de la pared. Los pies descalzos pisan sobre una alfombra cuadriculada de yute color natural. El yute trenzado es levemente áspero al tacto, cubre en parte el piso de madera encerada muy lisa y por lo tanto resbalosa. Pero la superficie más pulida corresponde aun cenicero de cristal francés. También son suaves al tacto un .jarrón de cerámica pintado a mano con esmalte, la tela mezcla de seda con fibra sintética que tapiza dos sillones, los mosaicos e implementos sanitarios del baño, la piel de él en los lugares donde no crece vello -espalda, hombros, nalgas, parte del pecho- y la casi totalidad de la piel de la mujer inmóvil en la cama. La superficie más áspera corresponde aun cuadro de autor contemporáneo de la escuela tachista, cuyos grumos de pintura configuran relieves granulosos y hasta puntiagudos; sus colores predominantes son el amarillo y el negro. Hay varios cuadros más en el departamento, entre ellos uno de dimensiones inusitadas -dos metros de alto por dos de ancho- casi íntegramente ocupado por un círculo color añil sobre fondo gris. Contra una de las paredes -todas pintadas de blanco- hay una cama turca, las sábanas celestes tienen una guarda azul y las dos frazadas son marrón claro. La piel de la mujer inmóvil es muy blanca, la mordaza de la boca ha sido improvisada con un pañuelo de hombre de seda multicolor pero sobria, las manos están atadas por detrás con una corbata de luto. El color de los ojos de la mujer no se alcanza a percibir porque están cerrados, además, debajo del párpado izquierdo falta el globo ocular correspondiente. En el resto del cuerpo no se vislumbran huellas de violencia, tales como hematomas violáceos o heridas con sangre coagulada roja oscura. Tampoco hay rastro alguno de violencia sexual. Las seis colillas de tabaco que se reparten entre el cenicero de cristal y otro de bronce no presentan huellas de lápiz labial. El cenicero de bronce labrado en la India contiene el único cigarrillo encendido, el humo describe una línea recta vertical. De ambos ceniceros se desprende un leve olor a tabaco ardido, perceptible sólo a pocos centímetros. También a pocos centímetros de la superficie que lo emana es posible percibir -junto al cuello de la mujer- un dulce extracto francés y -junto a las axilas de él- el ácido característico de la transpiración. Dicha transpiración ha humedecido la bocamanga de una camisa -las dos manchas producidas son ovaladas- ahora puesta sobre una silla con otros indumentos masculinos. Hay también manchas de humedad en el techo, en varios tonos de verde, y debajo del lavatorio del baño, donde la capa de revoque y pintura resquebrajada está además sombreada por el polvo adherido que no se quita durante operaciones de limpieza por temor a agrandar las grietas. Pocos centímetros más abajo, en el piso junto a la base del lavatorio, yace un trozo de algodón hidrofílico embebido de cloroformo, en parte ya evaporado. También en la cocina hay un trozo de algodón, junto a una ampolla para inyectar de color rojo; sobre la misma planchada de mármol hay otra ampolla, pero rota y vaciada, cuyas paredes están teñidas por el líquido amarillento que contenían. A pocos centímetros, sobre una de las hornallas, se ve una caja metálica rectangular con agua para esterilizar la jeringa y su correspondiente aguja hipodérmica. La única ventana de la cocina está adornada por una cortina, confeccionada en una muy liviana tela de lino que se halla suspendida por el paso de una brisa leve. Esa misma brisa carece de fuerza en cambio para modificar la posición de los restantes objetos de la cocina, incluido el trozo de algodón por estar cargado de alcohol. Colgados en la pared opuesta a las hornallas hay utensilios varios y también detalles decorativos entre los que se destaca un reloj eléctrico de madera y bronce que marca las 9.30. También de bronce son las manijas de los cajones del aparador. En el cajón más alto están guardados los cubiertos, abrelatas y sacacorchos. Pero el borde más filoso corresponde a la cuchilla, habitualmente guardada, por su tamaño mayor, en el segundo cajón, más espacioso, junto a servilletas y manteles de uso diario. No se encuentra allí en este momento, y además seria difícil determinar si dicha cuchilla no es menos filosa que la tijera de acero inoxidable traída como regalo de Toledo, y colocada sobre el escritorio de la habitación principal junto a una pila de revistas y diarios con artículos marcados para recortar, a pocos centímetros de un cortapapel de borde casi romo. La tijera nombrada ha recibido un tratamiento químico especial que le confiere brillo dorado y es uno de los objetos que más relucen en la habitación, junto con la arandela plateada de la lámpara de pie, las uñas nacaradas de la mujer tendida y el cenicero de cristal. En cambio la hoja de la cuchilla no puede reflejar y refractar rayos lumínicos porque la cubre el colchón de la única cama del departamento. Por otra parte el metal se halla mal pulido a causa del método de limpieza ineficaz y en sectores aparece oxidado, especialmente junto a las partes melladas. A la luz, no obstante, se apreciaría esa cuchilla como un implemento de cocina poco común, ya que se trata de una pieza importada de Marruecos, a precio elevado, abundante en detalles de refinada artesanía. Costosos también son los cuadros, todos de firmas cotizadas, un tocadiscos de alta fidelidad y un revólver Smith 38, cargado con seis balas y guardado en uno de los cajones de la mesa de luz. El objeto de menos valor de la habitación es una caja de fósforos de cera, casi vacía. Este objeto además es uno de los más livianos de la habitación, junto con las hojas sueltas que yacen sobre el escritorio; una pluma de avestruz incrustada en un tintero antiguo, un camisón de tela sintética arrumbado en un rincón, y un par de largas y finas agujas de metal. Se trata -en el caso nombrado por último- de instrumentos aplicados en los tratamientos de acupuntura, la milenaria ciencia médica china cuyos cultores detectan a flor de piel los puntos invisibles en que se ha de punzar, con propósitos di- versos: la energía vital circula en la superficie del cuerpo sin detenerse nunca, hasta la :muerte, cumpliendo como índice de equilibrio una trayectoria simétrica, y dicho equilibrio puede ser preservado -o roto- si así lo disponen aquellos cultores, pues les bastará clavar la larga aguja -no dejará huellas- en algún punto específico. El chirrido, ya apuntado, de la puerta metálica del ascensor corresponde a la acción ejercida por una mujer en el momento de cerrarla. Esa mujer tiene una mano en la manija de la puerta y la otra en su bolso, al que aferra nerviosamente. La actitud de su cuerpo hace prever que se dirigirá hacia la puerta del departamento donde el hombre de la toalla escucha, con expresión de desmesurada excitación, los rumores que llegan del pasillo.
Manuel Puig, de The Buenos Aires Affair.

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